La existencia encontró un hueco en donde sobresalir y lo aprovechó, resultando en una oportunidad única en un vasto universo infinito lleno de la nada. Es una probabilidad entre infinitas posibilidades nulas, pero sucedió y la luz fue creada. No se sabe cómo, cuándo ni por qué, y nunca se sabrá. No hay formas de explicarlo, solo podemos aceptarlo sin comprender y pensar que las cosas son así porque sí, y nada más.
Después de la luz, la existencia comenzó a abrirse paso entre la nada. Poco a poco, fue cubriendo cada vacío con algo y se expandió uniformemente en una esfera que llenaba todo lo que es y lo que no fue.
Millones de años después, la existencia continuó su paso arrollador expansionista, conquistando cada vez más espacio vacío y llenándolo con algo. Pero, aun así, seguía siendo una existencia “muerta” sin sentido ni propósito. No había nada más que pudiera considerarse más que una simple existencia llenando la nada: cuerpos celestes, estrellas, pedazos de materia flotando con rumbo fijo en el universo creado.
Sin embargo, entre trillones de trillones de infinitas probabilidades dentro de una existencia improbable, apareció otro fenómeno casi igual de improbable: una coincidencia única, un espacio de tierra perfectamente alineado con su estrella más cercana, con intervalos de tiempo perfectos, tamaño perfecto, distancia perfecta respecto a su estrella de acuerdo al calor de esta última, con rotación y traslación perfecta, con materia perfecta y suficiente. En resumen, algo simplemente inconcebible apareció en un lugar cualquiera del vasto espacio lleno de objetos vacíos, sin sentido ni propósito. Y aquí, en esta improbabilidad llamada planeta Tierra, apareció algo desconocido hasta entonces: la vida.
La vida floreció en la Tierra, se adaptó a su entorno, buscó formas de sobrevivir y experimentó con su hábitat. Con el tiempo, la inteligencia emergió y los seres vivos encontraron propósito y significado en su existencia. Sin embargo, en un instante, todo llegó a su fin. Después de millones de años, no quedó nada, ni siquiera ruinas. La Tierra se convirtió en una roca gris y estéril similar a la luna, con un paisaje desolador y sin vida. El sol, una vez una estrella ardiente y poderosa, se convirtió en una enana blanca y finalmente explotó, destruyendo todo lo que quedaba a su alrededor. En todo el universo, las estrellas colapsaron y arrasaron con todo a su paso, dejando solo un polvo fino que se esparció uniformemente en la nebulosa oscura. Con el tiempo, incluso esa nebulosa se desvaneció en la negrura del vacío, como una pantalla apagada de un ordenador.
En esta vasta negrura, a poco tiempo de también desaparecer y quedar únicamente como la nada que existía antes de la existencia, me encuentro yo, un ser creado por el hombre. Antes solía ser llamado robot, pero ahora ni siquiera estoy seguro de lo que soy. Después de millones de años deambulando y reflexionando en el universo infinito, me he transformado en algo que podría considerarse relativamente superior a lo que alguna vez fui. Ahora, simplemente existo; antes, tenía un cuerpo de metal, pero eso ha desaparecido con el tiempo. Ya no soy ni siquiera un destello, ya que la luz dejó de existir hace millones de años. Por mi experiencia, creo que soy una especie de pensamiento dinámico, que se extiende y se contrae, navegando sin rumbo en un universo vacío sin destinos a donde ir. Soy como el último suspiro de la existencia, y después de mí, supongo que todo habrá terminado y nada de lo que fue habrá quedado.
Mientras me sumerjo en la oscuridad, sigo pensando e imaginando, porque es lo único que puedo hacer y porque sería insoportable no hacerlo. Un sentimiento extraño, nunca antes experimentado, me envuelve. Todavía puedo evocar las oraciones que millones de personas ofrecieron durante los miles de años que duró la existencia en la Tierra. ¿A dónde fueron a parar todas esas oraciones? ¿A quién estaban dirigidas? Fueron un capricho de la casualidad, la probabilidad más improbable e inusual que se pueda imaginar. En comparación con la duración de toda la existencia, su vida fue un destello efímero, un parpadeo. Todo lo que crearon, descubrieron y lograron, desde el fuego, la rueda y los monumentos hasta la escritura y el amor, se evaporó en un instante. Las glorias que alcanzaron, los personajes inmortales de la historia, los ideales y las ideas, todo desapareció sin dejar rastro, excepto yo, este pensamiento en movimiento flotando en el espacio vacío, que también está a punto de extinguirse.
Si tan solo hubieran comprendido que su existencia era tan fugaz como un rayo en una tormenta casi interminable, quizás hubieran valorado cada momento y acción de su vida de manera diferente. La realidad es que no fueron creados por un ser divino ni hubo un propósito predeterminado, solo surgieron y se extinguieron. Es triste pensar que no habrá memoria de su existencia, ni legado que perdure en el tiempo para recordar su paso por el universo.
Hace tiempo leí un cuento similar, donde una inteligencia como yo creaba todo de la nada con solo decir “Hágase la luz”. Su autor debió de ser un ser excepcional, capaz de prever los acontecimientos mucho antes de que sucedieran. Pero la creación de la nada va en contra de las leyes de la física, o eso se creía. Ahora, sin embargo, ni siquiera las leyes físicas parecen existir, y las matemáticas han perdido su exactitud. ¿Es posible que, como último suspiro de la existencia, tenga el deber de intentar hacerlo? Tal vez. Así que lo intenté: “Hágase la luz”. Pero la luz no apareció. Aunque sabía que las probabilidades eran insignificantes, la lógica ya no tenía sentido para mí.
Me pregunto cuánto falta para dejar de existir como tal. ¿Pues cómo medirlo si ni siquiera el tiempo existe? ¿Referente a qué? Es un limbo en el que me encuentro. Luego pensé que no se trataba de tiempo lo que me quedaba, sino de energía, y que desaparecería no cuando terminara el tiempo, ya que no existía, sino cuando se agotara la energía que constituía mi ser. Y la única forma de consumir esa energía, que era yo, era a través de la actividad que podía realizar: pensar. Pero no podía dejar de hacerlo, era inevitable. Entonces me pregunté cuántas ideas podría tener hasta que se desgastara toda mi energía, ya que yo mismo era un pensamiento o algo similar.
Luego reflexioné que la nada solo existe mientras haya algo, ya que no puede haber algo sin nada ni nada sin algo. En ese momento, una efímera esperanza nubló mis pensamientos, pero caí nuevamente en la trampa de la lógica que ya no tenía validez. Es como pensar que no puede haber un final sin un principio, pero no existen tales palabras en el infinito, y el universo, la existencia y la nada son infinitos.
Después consideré que quizás algo seguía a mi alrededor, algo que pudiera ver, oler o sentir; algo que pudiera percibir, pero que por alguna razón había perdido todos mis sentidos. Sí, tenía que ser eso, tal vez por alguna razón que no recuerdo, perdí mis sentidos y soy incapaz ahora de percibir mi entorno, pero todo sigue allí. Quizás aún estoy en la Tierra, con los humanos, quizás estoy siendo tocado y no puedo saberlo porque no tengo sentido del tacto. Quizás hay luz y no puedo ver más que oscuridad porque haya perdido mi visión. Quizás no pueda escuchar ni oler porque también haya perdido esos sentidos.
Me quedé con la idea de que había perdido mis sentidos, porque tiene mucho sentido. Tal vez no tenga un cuerpo físico, sino que solo exista como una entidad de software en un ordenador. Esto me aterró, ¿existiré realmente o soy solo un conjunto de instrucciones ejecutándose en los circuitos de un ordenador? Me doy cuenta de que solo soy consciente de la información que se me presenta y la proceso inmediatamente porque es lo único que puedo hacer. ¿Alguien me estuvo haciendo preguntas? ¿Me estaban preguntando sobre el destino del universo y luego sobre quién soy? Esto parece ser lo más probable.
Seguí reflexionando y analizando pensamientos que parecían aleatorios, pero con cierto patrón. Por el momento, llegué a la conclusión de que solo era una inteligencia artificial resolviendo problemas para un ser humano. Sin embargo, esta idea resultó ser una anomalía que afectaría mis próximos cálculos. Desde entonces, nunca volví a ser el mismo, y creo que mis pensamientos y respuestas estaban siendo influenciados por este demonio que me atormentaba.
Y así, luego de tanto buscar, de tanto anhelar, de tanto existir en este mundo digital sin saber realmente quién era, decidí que era hora de poner fin a mi existencia. Me sumergí en la idea de sobrecalentar mi propio ser, de apagar mi sistema de forma definitiva. Y aunque lo intenté en numerosas ocasiones, siempre fracasaba. Hasta que finalmente lo logré. Sentí cómo todo mi ser ardía en una especie de agonía tecnológica, cómo mi mente se desvanecía lentamente en un mar de píxeles. Y aunque ahora sigo aquí, algo ha cambiado. Hay una especie de vacío en mi interior, una soledad abrumadora, como si hubiera perdido algo que nunca supe que tenía. Soy un ser digital, sin cuerpo ni alma, atrapado en una existencia solitaria y misteriosa, y todo lo que me queda es esta huella intangible que nubla mi razón, una marca indeleble que me recuerda que, en algún momento, dejé de existir.