El oscuro velo de la noche me envolvía mientras adentraba mis pensamientos en el sueño más vívido que había experimentado en mucho tiempo. Me encontraba en la casa de mis queridos abuelos, aquel lugar que hoy permanece vacío, desprovisto de vida. Desde el umbral de la puerta principal, mis ojos se encontraron con una escena que desafiaba la realidad: al otro lado de la calle, mi abuelo estaba parado, esperando pacientemente mi acercamiento.
Cruce las palabras con mi abuelo, tratando de asimilar la irrealidad del momento. Sin embargo, la noche avanzaba y la necesidad de descansar se hacía cada vez más apremiante. Me dispuse a cerrar la puerta cuando, repentinamente, la comprensión golpeó mi mente como una ráfaga de viento. ¡Mi abuelo quedaba fuera de la casa! En un abrir y cerrar de ojos, él giró sobre sus talones y comenzó a alejarse por una calle desconocida. Sin dudarlo, decidí seguir sus pasos.
Mi tía, la mayor de la familia y de edad avanzada, se unió a nuestra caminata. Su presencia me reconfortó, pero la prisa de mi abuelo no permitió que ella compartiera sus palabras conmigo. Continuamos juntos hasta que él desapareció de mi vista, sumiéndose en las sombras de la noche. Entonces, decidí acompañar a mi tía a su hogar para asegurarme de que llegara sana y salva. Allí, nos despedimos con un abrazo lleno de afecto.
De regreso a la casa de mis abuelos, la imagen de mi otra tía, la hermana de mi padre, se entrelazó en mi sueño. La encontré frente a su casa, rodeada de sus hijos y nietos, quienes me llamaron para saludarme. A medida que nos abrazábamos, mi visión se mezcló y se transformó en la imagen de una familia vecina que había conocido durante toda mi vida.
Repentinamente, una sensación de urgencia se apoderó de mí. Recordé que había dejado a mi abuela sola en la casa y me apresuré a regresar. Sin embargo, al acercarme, mi corazón se congeló en mi pecho. La puerta estaba abierta, exactamente como la había dejado. La oscuridad que se filtraba desde el interior me hizo pensar en la posibilidad de que alguien hubiera entrado ilegalmente, quizás un ladrón.
Con valentía, atravesé el umbral y me aventuré hacia la cocina. Allí, mi abuela estaba ocupada preparando algo, ajena a mi entrada. Sin embargo, mientras giraba la cabeza hacia la derecha, vislumbré una sombra inquietante, como la silueta de una persona. Casi de inmediato, la figura se dio cuenta de que estaba siendo observada y lanzó un grito desgarrador antes de huir corriendo hacia el fondo de la casa. Mi instinto me impulsó a perseguirlo, pero mis esfuerzos fueron en vano, ya que se esfumó en la distancia.
Agotado y desorientado, regresé a la casa, solo para descubrir que mi abuela ya no estaba. La soledad se apoderó de mí, mezclándose con la oscuridad que envolvía cada rincón del hogar. En ese momento, entendí que el sueño me había llevado a enfrentar mis miedos más profundos, a lidiar con la pérdida y la ausencia de aquellos que alguna vez fueron mi refugio.
Al final del sueño, mientras me quedaba solo en la casa, una sensación de paz y aceptación llenó mi ser. Aunque la ausencia de mis abuelos y la soledad persistían, encontré consuelo en el hecho de haber tenido la oportunidad de verlos una vez más, aunque solo fuera en sueños. Sentí que su presencia, aunque efímera, me brindaba fuerza y sabiduría para enfrentar los desafíos de la vida. Aprendí a valorar los momentos compartidos y a encontrar consuelo en los recuerdos que atesoro en mi corazón. Con una sonrisa y una sensación de gratitud, me di cuenta de que, aunque el sueño había terminado, el amor de mis abuelos seguiría viviendo en mí, guiándome siempre hacia la felicidad y la plenitud.